Autores: Oscar Abel Sánchez-Velázquez, Alan Javier Hernández-Álvarez
Los gases de efecto invernadero (GEI) son un grupo de compuestos químicos en estado gaseoso que absorben y emiten radiación dentro del rango infrarrojo. En la atmósfera terrestre los principales GEI son el vapor de agua (H2O), metano (CH4), dióxido de carbono (CO2), ozono (O3) y el óxido nitroso (N2O). La presencia de los GEI permite que la temperatura de la superficie del planeta se mantenga en un promedio de 15ºC, ya que sin ellos esta sería de aproximadamente -18 a -20ºC en promedio. La proporción natural de estos gases en la atmósfera se ha visto alterada por la actividad humana desde la revolución industrial (mediados del siglo XVIII) y su acumulación excesiva es la principal responsable del cambio climático que está viviendo el planeta.
Es bien sabido que uno de los principales emisores de algunos de los GEI, como dióxido y monóxido de carbono, es la actividad pecuaria, especialmente la relacionada con la obtención de productos de origen bovino como carne, lácteos, cuero, etc. En la actualidad, el ganado vacuno tiene una población superior a los 1,300 millones de individuos, lo que lo convierte en uno de los vertebrados más numerosos del planeta. Es así como el ganado vacuno contribuye con aproximadamente del 15 al 20% del total de emisiones de GEI y hasta el 40% del total de emisiones de CH4. Además de las vacas, otros animales de granja, como pollos, cabras, ovejas, cerdos y equinos, también liberan grandes cantidades de GEI a la atmósfera, sin embargo, esta es significativamente inferior a las emisiones de los bovinos.

En la actualidad la demanda de carne incrementa a razón de >5% cada año a nivel mundial, debido al aumento de: 1) la clase media que tiene mayor acceso a productos de origen animal; y 2) la población en general. Esto se traduce en una mayor presión sobre las granjas de prácticas ganaderas tradicionales. Sin embargo, en reciente años, el rescate y la popularización de la entomofagia (consumo de insectos) en todo el mundo representa una alternativa ambientalmente amigable que ayude a disminuir la liberación de GEI.
Esto se apoya en el hecho de que los GEI producidos por el ganado (como parte de sus desechos de digestión y metabolismo) sobrepasan los 7 gramos de CO2 por kg de masa corporal por día, es decir, una vaca que pesa cerca de 200 kg produce alrededor de 1.4 kg de CO2 al día. Mientras que un cerdo de 100 kg produce 0.42 kg de CO2 al día. En cambio, la producción de 1 kg de grillos (Acheta domesticus) al día liberara 0.09 gramos de este CO2 y 0.002 gramos de CH4 por día. Otras especies de insectos comestibles como la langosta migratoria (Locusta migratoria) y escarabajo de la harina (Tenebrio molitor) emiten aproximadamente 17.7 y 7.6 gramos de CO2 por kg de insectos al día. Estos dos últimos insectos presentan una elevada producción de CO2 en comparación con los grillos, que además es comparable con lo observado en el ganado porcino y bovino.
La producción de CH4 ha sido contabilizada en granjas bovinas en 57 gramos de CH4 al día, mientras que en el cultivo del escarabajo africano de las flores (Pachnoda marginata) y cucaracha dubia (Blaptica dubia) ronda los 0.2 y 0.1 g por kg de biomasa al día, respectivamente.
Por otra parte, en granjas porcinas el N2O ha sido estimada en 2.7–85.6 gramos por kg al día. En langosta migratoria este gas ha mostrado valores máximos de 8 gramos por kg al día; en escarabajo de la harina de 1.5 gramos por kg al día; 0.3 gramos por kg al día en cucaracha dubia; y en grillos valores de 0.1 gramos por kg al día.
Es importante destacar que la producción y liberación de GEI son solo una pequeña parte de los efectos negativos de las granjas pecuarias convencionales sobre el clima, y el ambiente en general, ya que el impacto sobre el consumo de agua, espacio de cría o uso de suelo, alimento, energía, entre otras, también requieren de monitoreo para conocer el impacto ambiental total de estas actividades. Las granjas de insectos comestibles deben realizar una evaluación completa del ciclo de vida y demostrar realmente que el producto final tiene un impacto menor que las fuentes de alimentos de la competencia, incluyendo las condiciones de crianza, transporte, insumos, técnicas sacrificio, etc.

Recordemos que el comer insectos no se convierte automáticamente en un acto respetuoso con el clima. Los insectos comestibles tienen un gran potencial para ser una alternativa sostenible y respetuosa con el clima frente a otras fuentes de proteína animal si se manipulan de forma correcta. Aunado a lo anterior, la entomofagia representa la alternativa más viable para satisfacer la demanda de proteína para aproximadamente 10 mil millones de personas para el 2050.
Afiliaciones de los autores:
Oscar Abel Sánchez-Velázquez: Facultad de Ciencias Químico-Biológicas, Universidad Autónoma de Sinaloa, Culiacán, Sinaloa, México.
Alan Javier Hernández-Álvarez: School of Food Science & Nutrition, University of Leeds, Leeds, United Kingdom.
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